lunes, 30 de mayo de 2011

...con estas determinadas perspectivas de desarrollo, ¿qué tipo de arquitecto necesitamos?.






FORMACION UNIVERSITARIA DEL ARQUITECTO.Autores: Arq. Carlos Raúl Villanueva.Prof. Juan Pedro Posani, Venezuela 1699                                         

Cualquier estudio de la Formación Universitaria del Arquitecto debe comenzar con definir el significado, la extensión y el valor de la profesión de arquitecto, pues el propósito manifiesto de todo el proceso de formación que se realiza en la Universidad es precisamente la capacitación para esta profesión. Expuestos a la nociva tentación de proponer definiciones abstractas y definitivas, y confundidos, al mismo tiempo, por la presencia de innumerables y contradictorias tendencias teóricas, necesitamos disponer de una firme base conceptual de donde partir para la búsqueda de la respuesta correcta. Ahora bien, el problema de definir lo que es y lo que debe ser el arquitecto se aclara notablemente, en nuestra opinión, si se plantea como sigue:

La profesión de arquitecto cobra vida y efectividad en la medida en que se ajusta a la realidad histórica concreta y determinada. Sin embargo, también es cierto que debe responder a tres grandes postulados universales:Antes que nada el arquitecto es un intelectual, luego debe ser un técnico y, finalmente, puede ser un artista.El arquitecto es un intelectual por el trabajo intelectual que realiza y porque pertenece, por su formación, a una capa funcional de la sociedad donde hay necesidad de amplitud de visón, de fuerza creadora, de fervor crítico y experimental, cualidades estas que del intelectual son particularidades constantes. 
El arquitecto debe ser un técnico porque su trabajo exige e implica una serie de normas y conocimientos que no pertenecen a la ciencia pura, sino al ajuste, a la ordenación material de ciertos específicos ciclos constructivos definidos como "técnicas".El arquitecto, finalmente, puede ser un artista porque su trabajo se manifiesta con la elaboración de ciertas relaciones formales, mediante mecanismos creadores que la enseñanza desarrolla y encauza a partir, es obvio, de la presencia en el estudiante de una capacidad mínima que llamaremos "orgánica". Igualmente, hay que recordar que: La enseñanza impartida por el Estado, órganos de dirección de la sociedad, debe estar forzosamente en consonancia con las necesidades culturales de esa misma sociedad. No se puede concebir, en otras palabras, la educación pública como hecho aislado, con programas propios, descuidando el cumplimiento de su indispensable función formadora de intelectuales, técnicos y especialistas, en vista de una precisa exigencia cualitativa y cuantitativa de la estructura actual de la sociedad. Por la misma razón, el ritmo de evolución de la sociedad, y sus transformaciones consiguientes, imponen que se imprima a la enseñanza iguales ritmos de transformación. Es preciso mantener constante la relación entre necesidades culturales y medios educacionales. Es más, la estructura educacional debe prever los cambios con anticipación y preparar los instrumentos necesarios para cumplir con su cometido. Cuando esto no ocurre la situación que se produce es realmente dramática.Las premisas anteriores establecen la correspondencia obligada entre sociedad y formación educacional, en el espacio (nuestro país) y en el tiempo (su momento de desarrollo). Destruyen el concepto utópico de enseñanza "ideal" y conducen directamente al estudio de una metodología conforme a nuestra realidad nacional. Así mismo caen las pretensiones de resolver el problema con reformas limitadas a pequeños cambios superficiales (este curso, aquel examen, etc.). En efecto, lo que se plantea en el plano de las necesidades generales del país, analizadas en el tiempo y en el espacio, puede resolverse en el plano global de la reforma de la estructura de la educación. Para necesidades culturales específicas, específicos medios educacionales.
Así pues, carece de sentido preguntarse: ¿Que es el arquitecto? La verdadera pregunta que debemos formularnos es, en cambio, la siguiente:En este país, en las presentes circunstancias históricas, con estas determinadas perspectivas de desarrollo, ¿qué tipo de arquitecto necesitamos?.

Debemos tener conciencia de que las obras arquitectónicas de verdadero valor son la evidencia formal de una concepción de la vida tan real, tan viva y tan verdadera que actúa sobre las relaciones existentes y termina por transformarlas, dándoles otro significado y otra medida humana. El resultado estético es importante. Pero está irremediablemente condicionado por los valores de contenido que aporta el arquitecto. Si esto es cierto, si es cierto que los componentes humanos concretos son tejido y linfa de la arquitectura y si también es cierto que ésta culmina en las grandes cimas del arte, nutriéndose de la realidad humana, la formación del arquitecto, como realidad esencialmente humanística, es entonces tarea universitaria primordial e imprescindible. Fin permanente de la arquitectura en nuestro siglo es la vida y no simplemente la estética. Así sea muy grande la belleza formal de una arquitectura, jamás podrá ser verdaderamente viva si no se afianza sobre un criterio de los problemas de la vida y si no contempla soluciones para ellos. Así pues, desde el comienzo, la Universidad debe proporcionar al estudiante el sentido vivo y responsable de las relaciones entre las partes. La capacitación analítica en ningún momento debe hacer olvidar las relaciones que le fenómeno en estudio tiene con el mundo circundante. Este principio reviste extremada importancia por que constituye la mejor guía para que la mentalidad del arquitecto tome cuerpo alrededor de este vínculo omnipresente entre la obra de arquitectura y sus relaciones y consecuencias urbanísticas. Si el arquitecto quiere salvar su propia vida intelectual y el porvenir urbano del país, debe crear las condiciones sociales necesarias a la realización de su arquitectura.

Es una gran tarea la adecuación racional de la enseñanza universitaria a la realidad del país. Lo es igualmente la formación de arquitectos con una visión humanística del mundo y de la historia que garantice el proceso de esta nuestra realidad actual a otra nueva y mejor.
Los problemas referentes a la enseñanza de la Arquitectura están a la orden del día y revisten una importancia considerable, por cuanto se trata de la formación de las futuras generaciones, las cuales tendrán como misión, construir viviendas, escuelas, fábricas y organizar físicamente a nuestros pueblos y a nuestras ciudades.
Hay que puntualizar los cambios radicales aparecidos últimamente en los métodos de producción, las transformaciones aceleradas en las estructuras económicas y sociales, y los nuevos medios prodigiosamente ricos en los materiales y en las técnicas, una fresca manera de pensar, de sentir y de querer vivir, que son factores que obligan al Arquitecto a asumir una determinada actitud frente a la vida, a la aceptación de un código de conciencia que hace necesaria una rectificación en los planes de estudios de la Arquitectura, la más social de todas las Artes y la más íntimamente ligada a nuestras vidas.
Misión principal del Arquitecto:
Planificar y organizar el medio físico, el marco donde va a vivir el hombre, hacer más favorables sus más diversas actividades tanto individuales como familiares y sociales, como también satisfacer sus necesidades físicas y espirituales. El construye y levanta las formas, las envolturas que tienen como función limitar los espacios vivibles, con la ayuda de los materiales lo más adecuados posibles y puestos en equilibrio, con ciencia y técnica, cumpliendo con las leyes de la estática. El Arquitecto debe tomar en cuenta de manera especial las condiciones intrínsecas de cada país, los factores reales, geográficos, climatológicos, sociales y económicos y debe situarse dentro de un determinado momento de la historia, de una cultura y de una sociedad especifica; es indispensable sentirla, entenderla y saber interpretarla. El tiene una misión clara y definida, y puede ser si así lo desea el más fiel y elocuente intérprete de su época.
Estas inmensas responsabilidades sociales y misión renovadora implican entonces considerar al Arquitecto esencial y principalmente como un HUMANISTA, cuya acción y actitud giran en torno al hombre, de sus gestos, de sus actos y de sus movimientos, como ser integral y universal. El debe darse cuenta de sus obligaciones de orden social y sobretodo moral lo que implica para él tener un profundo conocimiento de las Ciencias tanto humanas como naturales, de biología y morfología humana, de sociología y economía, de geografía física y humana, de recursos naturales. Es evidente que él no puede dominar integralmente todas estas ciencias, pero debe extraer de ellas lo esencial, lo básico, las partes que están íntimamente ligadas con la Arquitectura y le permitan luego coordinar sus pensamientos y sentirlos, y aprovecharlas en el momento de creación.
El Arquitecto pertenece con el Ingeniero a la casta de los constructores y en este último siglo se manifiesta espectacularmente como científico y técnico. Debe tener una preparación y una educación dirigida hacia estos aspectos, una intuición estructural y constructiva, un espíritu dirigido hacia la estática, debe ser TÉCNICO, pero debe saber que la técnica es únicamente un medio y que el fin principal no debe ser ella, sino el hombre y únicamente el hombre.
El Arquitecto al ser sensible a los acontecimientos arquitectónicos, posee un cierto sentido e intuición plástica, un conocimiento rico de los hechos visuales. Puede imprimir una fuerza expresiva a los espacios vivibles. Si logra utilizar con sensibilidad, amor y emoción el lenguaje de las formas, las relaciones espaciales, los efectos logrados con la luz, los colores y las texturas, e interpretar el modelado, puede ser también un ARTISTA y habrá logrado enteramente su difícil y complejo cometido.
La Arquitectura se une y se asienta en el ambiente natural, (paisaje, luz y sitio). El Arquitecto coordina y ordena a los diversos componentes urbanos, a los tejidos sociales, las unidades residenciales, a los centros de trabajo y de producción, a los núcleos destinados a la cultura, el reposo y el esparcimiento.
Existe entonces una íntima y estrecha relación entre arquitectura y urbanismo que deben considerarse como parte del mismo proceso constructivo: el primero imprimiendo una forma a las actividades humanas y el segundo ordenando las relaciones entre ellas, y demuestran entonces que el uno es únicamente un órgano construido en medio de un espacio establecido y creado por el otro.
Pensamos que los cursos teóricos y prácticos de Urbanismo deben formar parte, en una forma más amplia, más extensa y más profunda en las materias vigentes de las Escuelas de Arquitectura.
La Escuela no debe cargar la mente del estudiante con conocimientos inútiles y académicos y cuidarse mucho de los programas vagos y supercargados; conviene más bien formar principalmente una mente equilibrada y flexible, acostumbrada a una gimnasia mental que le permita resolver cualquier problema, de cualquier índole y en cualquier momento. Debe también desarrollar una metodología a base de lógica y razonamiento con métodos positivos y reales, que le permitan aprender y desenredar, observar, clasificar y analizar antes de llegar, por fin, a una síntesis.
Hay que educar primeramente la mano para que conozca la densidad, la fuerza y el mensaje de la materia inerte. El estudiante debería alternar el trabajo directo con la piedra, el ladrillo y la madera. Debería saber preparar una mezcla de mortero o de hormigón, limpiar él mismo el sitio donde va a levantarse el edificio, como también subir a los andamios.
El estudiante debe vivir con el lápiz en la mano, como utensilio básico para que en el dibujo expresado logre acostumbrarse a medir, apreciar, dimensionar, proporcionar los elementos humanos y naturales y los acontecimientos de la Arquitectura.
Es necesario educar temprano el ojo, acostumbrar a saber ver y apreciar inmediatamente en los espacios y en los volúmenes diferencias de pocos centímetros. Debemos acostumbrar al estudiante a interesarse en todos los problemas humanos y sociales de su país, tener una mente abierta a todas las cosas y no quedarse únicamente encasillado en su mesa de dibujo. El debe viajar, conocer a su tierra, a su gente y a su pueblo, acostumbrarse a la polémica sana y objetiva y en la Universidad entrar en contacto con estudiantes de otras disciplinas.
La Escuela debe propiciar cada vez más el trabajo en equipo y sus inmensas posibilidades: la integración con otros técnicos y profesionales que se interesan por la Arquitectura; fomentar la creación de talleres y laboratorios de experimentación, de investigación, interesarse en nuevos conocimientos aptos para la época, en los problemas de prefabricación, cualquier clase de diseño en función de procesos industriales; aprender a "COMO" pensar y "COMO" investigar más que a lo que hay "QUE" pensar y lo que hay "QUE" investigar; hacer entender al estudiante que el esfuerzo mental es mucho más su propia obra que el resultado de las indicaciones del profesor y que es más conveniente, al salir de la escuela, poseer una cabeza bien formada y bien equilibrada que una demasiado repleta y llena de conocimientos que, como todos sabemos, están y estarán siempre sujetos por la constante superación del progreso a perennes modificaciones.

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