miércoles, 2 de febrero de 2011

-¿Qué te parece mi barrio?

La crítica sobre arquitectura no es sólo problema de arquitectos. En el fragmento del libro El hombre que amaba los perros del escritor cubano Leonardo Padura, se evidencia claramente su postura para con la ciudad y el entorno construido del Moscú de los 60´.                                                                            


"Luis le había asegurado que conocía Moscú como la palma de su mano y que no tendrían problemas para hallar el apartamento 18 A, esquina F, del edificio 26-C, del bloque 7.o de la calle Karl Marx , en el barrio Goliánovo. Eitingon les había dado como referencia la estatua de Lenin con el brazo extendido hacia el futuro: desde allí llegarían hasta el Círculo de Niños Amigos de la Milicia y, luego de torcer a la izquierda (siempre a la izquierda, repitió), encontrarían la calle, el bloque y el edificio justo al lado del Jardín de la Infancia “Ernst Thälmann”.

Desde el mismo día en que, por sus servicios a la patria soviética, le asignaran aquel auto de producción nacional -que recién salido de la fábrica ya necesitaba un empellón para que sus puertas cerraran-, Ramón se lo había entregado a su hermano, pues a pesar de su condición de ingeniero y profesor universitario, militante del Partido y veterano de la Gran Guerra Patria, Luis Mercader aún no había conseguido ascender en el escalafón y obtener su propio vehículo. Aquella noche Luis había pasado a buscarlo poco antes de las siete y, como Roquelia había preferido quedarse en casa, Galina, la esposa de Luis, había optado por dejar a sus hijos con los de Ramón para disfrutar mejor de la aventura. 
Goliánovo despedía olor a Stalin. Los bloques de viviendas, cuadrados y grises, llenos de costurones de cemento sobre las rajaduras, con diminutas ventanas donde los inquilinos tendían su ropa, estaban separados por paseos de tierra apisonada plagados de árboles que se disputaban el espacio. La monotonía de una arquitectura apresurada, empeñada en demostrar que a una persona le bastaban unos pocos metros cuadrados de techo para vivir socialistamente, provocaba vértigos por su uniformidad y despersonalización. Los números que debían identificar bloques, edificios, escaleras, habían sido borrados hacía tiempo por la nieve y la lluvia. Los letreros de las calles se habían esfumado y, sobre cada pedestal reciclado (llegaron a contar cuatro), se levantaba una de las estatuas de Lenin ceñudo y avizor, fundidas en serie y con trabajo voluntario. Pero ninguno de aquellos Lenin indicaba hacia ningún lado. A los pocos transeúntes que desafiaban el frío y les preguntaron por la dirección (era la misión de Galina, por su condición de nativa), ésta siempre resultaba conocida, pero ¿era la calle Marx, la calle Marx y Engels o la avenida Karl Marx?, y, sí, claro, habían oído hablar del Círculo de Niños Amigos de las Milicias, e invariablemente les decían que doblaran a la izquierda (siempre a la izquierda) y preguntaran por allí, indicando un punto impreciso en el laberinto de edificaciones calcadas sobre el molde de la más aterradora fealdad. 
Como Leonid Eitingon no era uno de los pocos privilegiados a los que el consejo regional había concedido un teléfono propio, cuando Luis se vio perdido en un recodo de la ciudad satélite, al cabo de casi una hora de búsqueda, Ramón propuso que desistieran. Lamentaba que su viejo mentor hubiera invertido tiempo y ahorros en prepararles una comida digna, no poder obsequiarle las botellas de vodka que tintineaban junto a Galina cada vez que Luis tomaba un bache, pero tenían que reconocerlo: estaban irremisiblemente perdidos en medio de la urbe proletaria. En ese instante Luis descubrió el milagro de un taxi en pleno Goliánovo y, después de pasarle una botella de vodka, al conductor, éste los guió, en dos minutos, hasta el edificio 26-C del bloque 7.o. Galina abandonó entonces el auto y fue a tocar la puerta del apartamento más cercano. Una mujer con trazas de campesina, salió con ella a la calle y le indicó la penúltima escalera del largo edificio y, con la mano buscando alturas, contó los pisos que tenían que subir para llegar al apartamento buscado.
[…]
-¿Qué te parece mi barrio?
-Horrible –admitió Ramón y probó el caviar sobre el pan negro.
-Ésa es la palabra: horrible. La belleza y el socialismo parece que juegan en equipos contrarios. Pero a todo se acostumbra uno."

 
Tomado de:
Padura, Leonardo. El hombre que amaba los perros. México D.F.: Tusquets, 2010. Páginas 541-542.                  

2 comentarios:

  1. Padura dice describiendo ese horrible lugar:

    "... plagados de árboles que se disputaban el espacio"

    En nuestro “universo paralelo", muy al este de La Habana, esto incluso se agradecería :)
    Gracias por publicar

    ResponderEliminar